Hace unos cinco años empecé a notar que algo estaba cambiando en mi cuerpo. Al principio disminuyó la duración de los ciclos menstruales; después fueron pequeños retrasos en la regla, ciclos más largos, alguna que otra menstruación más escasa de lo normal. No le di demasiada importancia, pero con el tiempo, los cambios se hicieron más evidentes, más constantes, más difíciles de ignorar.
Hoy, con 50 años, puedo decir que estoy atravesando de lleno la transición menopáusica. Y no, no es solo el final de la menstruación. Es una transformación profunda que afecta a casi todos los aspectos de mi vida, desde cómo me siento físicamente hasta cómo me relaciono con los demás.
Uno de los síntomas que más me impactó al inicio de la perimenopausia fueron los sofocos. Empezaron de forma esporádica, pero ahora son frecuentes, a veces varias veces al día. Una sensación de calor que sube de repente, como si me encendieran desde dentro, acompañada de sudor y una especie de ansiedad que no sé muy bien de dónde viene. Por la noche, los sofocos son aún más molestos. Me despiertan entre dos y tres veces cada noche, empapada en sudor, con la ropa mojada y la sábana pegada al cuerpo. Luego me cuesta volver a dormirme, y al día siguiente arrastro ese cansancio.
Otra de las cosas que he notado es la sequedad vaginal. He encontrado soluciones en los lubricantes para las relaciones sexuales, pero también es muy incómoda en el día a día. No se habla mucho de esto, pero es más común de lo que parece. A veces siento escozor sin motivo, y eso me hace sentir más insegura con mi cuerpo.
Mi piel también ha cambiado con la perimenopausia. Antes era más tersa, más hidratada, ahora la noto más fina, más seca, incluso más sensible. Y mi humor… mi humor ha sido una auténtica montaña rusa. Hay días en que me siento bien, pero otros en los que estoy más irritable, más sensible, con ganas de llorar sin razón aparente. Me cuesta mantener la paciencia, y a veces me siento triste sin saber por qué.
Algo que me desconcierta y frustra especialmente es cómo me falla la memoria. No es que se me olviden las cosas importantes, pero a veces no me sale una palabra, o no recuerdo el nombre de una persona conocida. Me pasa cada vez más a menudo, y aunque intento no enfadarme conmigo misma, reconozco que no siempre lo consigo.
No todo es negativo. Este proceso también me ha obligado a cuidarme más, a escucharme, a informarme sobre lo que me pasa. He aprendido que no estoy sola, que somos muchas las mujeres que pasamos por esto, y que hablarlo ayuda. He empezado a hacer más ejercicio físico, especialmente de fuerza, a caminar más, a intentar comer mejor incluyendo más antioxidantes naturales en mi dieta. No siempre lo consigo porque me siento agotada física y mentalmente, pero lo intento.
También he empezado a ir a la matrona con más frecuencia. Me ha hablado de opciones para aliviar algunos de estos síntomas de la menopausia: lubricantes para la sequedad, terapias hormonales, y también alternativas naturales. No todas me convencen, pero es bueno saber que existen herramientas.
Escribo esto porque me habría gustado leer algo parecido cuando todo empezó. Porque a veces sentimos que exageramos, que es «normal» y no hay que quejarse. Pero sí, es normal, y también es normal que nos afecte y que queramos sentirnos mejor.
La menopausia no es una enfermedad, pero sí es una etapa que merece atención y cuidado. Hablar de ello en primera persona es una forma de ponerle voz a una experiencia compartida, de romper el silencio que a veces rodea estos cambios. Si estás en este camino, solo quiero decirte que no estás sola. Que tu cuerpo habla, y que escucharlo es el primer paso para cuidarte de verdad.